Se preguntaba Carlos Fuentes, durante la invasión a Irak,
hasta qué momento los Estados Unidos permitiría una total libertad de
expresión, al mismo tiempo que perdía hegemonía mundial y sus adversarios –o por
lo menos aquellos a los cuales EE. UU. considera “adversarios”- empezaban a
usar los mismos trucos mediáticos occidentales para manipular a los ciudadanos.
Me parece que ese tiempo ha llegado y que somos testigos, con inmensa tristeza,
del arribo de ese momento crucial para la libertad de expresión.
Si nos atenemos a las informaciones de los medios de
comunicación, Occidente ya no es un espacio geográfico, sino político,
económico y militar. A Occidente pertenecen los Estados Unidos, Canadá y Europa
(y quizás incluso Australia, Nueva Zelanda, Japón, Corea del Sur).
Latinoamérica no pertenece a Occidente, de acuerdo con las noticias que nos
llegan de los canales norteamericanos y europeos, así como México no pertenece
a Norteamérica. Rusia le responde a Occidente, Occidente interpela a Rusia:
Estados Unidos y Europa le responden a Rusia, que ya tampoco pertenece a
Europa. Oriente está compuesto por Rusia y China.
Admirábamos en los Estados Unidos y sus aliados europeos la
defensa a ultranza de la libertad de expresión. Es decir, sus valores, que debe
compartir todo escritor, para quien la libertad de expresión es un bien
inestimable. Sabíamos que canales noticiosos como Fox News y CNN sesgaban sus
noticias y muchas veces transmitían mentiras. Lo reconocíamos sobre todo cuando
se trataba de hechos que ocurrían en nuestros países y de los cuales habíamos
sido testigos: esas dos emisoras televisivas se referían a esos hechos de
acuerdo con un sesgo ideológico, otras veces económico y político. Sabíamos que
nos decían mentiras, literalmente. Así como existen páginas ultraderechistas o
ultraizquierdistas que se inventan los hechos de acuerdo con su conveniencia, sin
ningún rubor. Pero admirábamos el hecho de que no se tratara de censurar ni siquiera
esa clase de informaciones, por lo menos sospechosas, porque se pensaba que el
ciudadano tenía el derecho de recibirlas sin censurarlas, aunque luego se
tratara de demostrar que mentían. Admirábamos, pues, la libertad para decir las
cosas, la tolerancia para aceptar las diferentes aristas en el terreno de lo
mediático.
Ha llegado el momento en que eso ha terminado. Es posible que
a países como Rusia y China, en donde todo no se puede mencionar, esta nueva
estrategia les haya tomado por sorpresa. Se han censurado las noticias
provenientes del adversario, los canales informativos del adversario, la visión
del otro. Quizás las mentiras del otro, mientras se aceptan y se difunden las
mentiras de “occidente”. Una guerra terrible ha provocado esto en las redes
sociales, donde no se pueden difundir todas las noticias ni todo se puede
decir; donde se han censurado documentales como el de Oliver Stone –que es,
claro está, un director de los Estados Unidos-; donde se han cerrado canales
rusos y pro-rusos en Youtube. Ni siquiera nos referiremos a los medios de
comunicación tradicionales, que tienen sus guiones escritos desde el principio.
Y todo esto sucede, como nos advierte el filósofo Byun Chul-Han, que mencionó
esto indirectamente mucho antes de que llegara la guerra, por supuesto, ante la complicidad
de las compañías multinacionales que manejan estas redes, creyendo ellos mismos
que están haciendo algo bueno, loable, puesto que esta invasión es terrible y
deleznable. La invasión a Ucrania es terrible, pero también lo fue la de Afganistán e Irak, la guerra en Palestina, Siria, en Yemen, Somalia o Rwanda. Todas son terribles. Ha terminado la etapa de la libertad, y entramos peligrosamente en
otra cosa que todavía no entendemos bien, pero que podríamos empezar a
considerar como aquella en la cual los propios ciudadanos aprueban esta censura
y esta visión estrecha y unilateral porque la visión del otro es “diabólica”, “perversa”,
“malvada”. Los otros son unos locos que actúan porque sufren de alguna
psicopatía, son enfermos mentales que han puesto al mundo en peligro y no
merecen estar en las redes, en la televisión, en la radio, en ningún medio de
comunicación occidental. Hay que prohibirlos y censurarlos, y se supone que eso está muy bien. Puesto que debemos entender cómo funciona lo mediático hoy en día: para los medios y el público, es mucho más interesante la bofetada del actor Will Smith a otro actor, Chris Rock, que los niños muertos en Ucrania. Que son deprimentes, no transmiten nada positivo, aunque sí mucha negatividad, mala vibra. Me parece que hay una película de Netflix que se refiere con sarcasmo a esta clase de público contemporáneo. Pocos minutos después, un grupo de actores aplaudieron de pie al agresor, porque se encendía un letrero de luces led que les ordenaba: Stand up ovation.
En el cuento de Borges “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, una
civilización empezó a dibujar un mapa sobre todo su territorio, tratando de
falsificar su geografía, que no les era agradable. Ese símbolo borgiano de la
necesidad del ser humano de falsificar la realidad, de re-crear una realidad
alternativa y edulcorada, pero falsa al fin y al cabo, es lo que sucede hoy día
con la virtualidad, la desaparición de los objetos, la inmersión en una burbuja
de la cual los propios ciudadanos no quieren salir, porque, y en eso sí estamos
de acuerdo, ahí dentro somos más felices. Con esta premisa jugó en su momento
la película “Matrix”. Pero debemos tener en cuenta también que esta visión
sesgada de la realidad solamente se da en “occidente” (es decir, en algunos
países europeos, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Japón, Corea
del Sur…), aunque se quiera universalizar ese modo de vida que comparten esos
países: el resto del mundo es posible que no comparta esta falsificación
sistemática de la verdad a través del capitalismo y el neoliberalismo.
El día de mi cumpleaños del año
anterior, 2021, mis amigos y exparejas me enviaron mensajes felicitándome por
Whatsapp, sobre todo emoticones e imágenes hechas, descargadas de bancos
digitales. Solamente mi mamá me llamó por el teléfono celular para desearme
feliz cumpleaños. Debo aclarar que ya no soy un hombre joven. Nadie me visitó,
quizás porque pensaban que habían cumplido con la responsabilidad social de
recordarme el día en que me trajeron al mundo. Pero soy una persona que ha
vivido varias épocas. Añoro las cosas, los objetos, el bizcocho de cumpleaños,
las fotografías impresas en papel fotográfico, el viaje anual al estudio para
revelarlas en el cuarto oscuro, para tenerlas como recuerdos por el resto de mi
vida. Es decir, siento nostalgia por lo físico, por los ritos y las
interacciones sociales, aún quiero escuchar voces y tocar personas. Eso
significa que continúo siendo un hombre del pasado.
Byun Chul Han es un filósofo nacido
en Corea del Sur, aunque sus estudios universitarios los realizó en Alemania,
donde se graduó y es profesor universitario. Sus libros se encuentran escritos
en alemán, y sus consideraciones se encuentran influenciadas por pensadores,
filósofos y escritores europeos. En sus libros La Sociedad del Cansancio, que
es su obra más famosa, No-cosas o El legado de Eros, así como en las demás
quizás menos conocidas, no menciona en ningún momento las palabras capitalismo
o neoliberalismo.
Byun Chul Han es actualmente el
filósofo más leído del mundo. Aunque no lo consideramos realmente un filósofo,
sino más bien un pensador crítico. Él escribe que sufrimos de un “exceso de
positividad” y de una “sobreabundancia de identidad”. Todos los instantes se
parecen. Vivimos en un perpetuo presente. No hay espacio para la trascendencia,
todo debe hacerse en el aquí y el ahora. Todos nuestros actos se encuentran
dirigidos a la productividad. No es que el tiempo se haya acelerado, sino que
nuestra memoria no puede reconocer los días como diferentes. Parece como si los
días y los meses transcurrieran con rapidez, cuando lo que sucede es que no
podemos establecer diferencias en la memoria entre esos meses y esos días.
Llega el mes de diciembre y decimos “el año si se ha ido rápido”. En el espacio
capitalista y neoliberal, donde todo se encuentra dirigido hacia la
productividad y la economía, todo es mercancía, incluyendo la cultura. No
existe un factor externo que obligue a los trabajadores a hacer su trabajo,
puesto que, efectivamente, creen que son libres. El trabajador se autoexplota,
es esclavo de sí mismo. Él lo define como una “explotación sin dominio”. Toda
su vida se encuentra dirigida a trabajar, a mejorar económicamente su existencia y la
de su familia. Esa necesidad capitalista puede identificarse desde Lutero y su
reforma, para quien el trabajo alejaba del pecado, y el ocio “es la madre de
todos los vicios”, como decían los griegos. Todos los presidentes de todos los
países solamente hablan de economía, porque un jefe de estado no es más que un
gerente. Un tecnócrata. Pero un sujeto en esta sociedad “tardomoderna”, como la
define Han, es difícil de controlar, porque se siente tan libre y trabaja tanto
que cualquier obligación social la percibe como una coerción a sus derechos, a
dirigirse a sí mismo.
De acuerdo con la “sobreabundancia de
identidad”, todos los libros se parecen. Todos son un mismo libro, porque el
lector no quiere nada diferente. Incluso quiere libros que tengan una finalidad
práctica, que lo ayuden a “producir” mejor, o que lo informen, porque lo que
importa es la “información”, sobre todo si es excesiva. De ahí la popularidad
de los libros de autoayuda, que ayudan a producir mejor, a conformarse mejor
con el mundo en que vivimos. También la popularidad del coaching y de los
expertos en la positividad. Lo mismo puede decirse del cine o de la música:
siempre vemos la misma película o escuchamos la misma música, repetida una u
otra vez con diferentes voces o personajes, porque eso es lo que quiere el
público.
El ser humano de hoy tiene una
preocupación excesiva por su salud. Quiere una larga vida aburrida, pero, como
él nos dice, está muerto antes de envejecer. No quiere sufrir. No existe un
espacio para la disensión, para la controversia, todo debe tener una corrección
política. En las redes sociales cuenta con 2000 amigos, pero escoge a las
personas de su grupo, que piensen como él. No le interesa los que piensen diferente.
Cree que siempre debe estar haciendo algo, que es “negatividad” no hacer nada,
porque no está “produciendo” algo. Es víctima y verdugo, dice, prisionero y
celador. Esa realidad lo lleva a padecer enfermedades del sistema, que no
existían anteriormente: la depresión aguda, el trastorno por déficit de
atención con hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de la personalidad
(TLP), el síndrome de desgaste ocupacional (SDO). La sociedad lo ha convertido en un esclavo, pero él mismo
no lo sabe.
Sus ideas se encuentran influenciadas
por otro filósofo, Theodor Adorno, aunque él no lo menciona, que creó la
llamada “dialéctica negativa”. El individuo se ha conformado con ser dominado,
siempre y cuando se le garantice su comodidad y su tranquilidad. El ser humano
se ha convertido en un objeto, incluso en un producto, ya no es más un sujeto,
sino una cosa. Puede ser comprado o vendido, como un jugador de fútbol, un
actor de Hollywood o un cantante de música popular.
Ahora bien, debemos reconocer que Han
universaliza al ciudadano medio “tardomoderno”, puesto que lo define como si
fuese común a todos los países y culturas. En realidad, como sucede con muchos
intelectuales, pensadores, filósofos europeos, está definiendo al ser humano
occidental, europeo y norteamericano. No creo que puedan extrapolarse por
completo sus teorías al latinoamericano, asiático, africano: al no occidental,
que vive en una sociedad menos capitalista o menos tardomoderna. Puesto que,
aunque Latinoamérica pertenece geográficamente a occidente, cuando alguien se
refiere a “Occidente” en los medios de comunicación, en libros, en análisis, lo
hace con respecto a Europa, Estados Unidos y Canadá. Es posible que también se
refiera a Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda. Es decir, la
definición real de Occidente es política y económica, no geográfica. El resto
del planeta no es occidental, aunque pertenezca a esta parte del atlas mundial.
Solo un personaje puede escapar a
esta realidad social de Han: el poeta. Claro, el “poeta” en un sentido
simbólico: todo aquel que se comporte como un poeta. Puesto que el poema se
resiste a convertirse en mercancía. En esta sociedad neoliberal, lo que debemos
hacer es detenernos, dice Han, y no hacer nada. No producir. A veces, claro.
Como el poeta. Por eso la poesía no tiene muchos lectores. En ese no-hacer y
no-producir, en esa resistencia del poema a ser otra cosa que no sea poesía, se
encuentra su soledad y su sacrificio.
Máximo Vega
Byun-Chul Han. “La sociedad
del cansancio”. Traducción de Arantzazu Saratxaga Arregui. Colección
Pensamiento Herder. Herder Editorial, Barcelona, España, 2012.
Byun-Chul Han. “La agonía
del Eros”. Traducción de Raúl Gabás. Colección Pensamiento herder. Herder
Editorial, Barcelona España, 2014.
Byun-Chul Han. “No-cosas:
quiebras del mundo de hoy”. Traducción de Joaquín Chamorro Mielke. Editorial
Taurus, Barcelona, España. Edición kindle, 2021.
Las diferentes academias de la lengua de los distintos países
occidentales donde se regía el idioma a través de instituciones oficiales,decidieron hace siglos que el lenguaje debía
transmitir desde el principio un sentido de superioridad del hombre sobre la
mujer. Las academias de la lengua, que en realidad son academias del idioma, en las cuales todos sus integrantes eran hombres -en la academia española la primera mujer en ser aceptada, Carmen Conde, lo hizo en el año 1979- normalizaron el lenguaje para que la mayor parte de las poblaciones nacionales
hablaran más o menos un mismo idioma, algo absolutamente necesario, pero al
mismo tiempo transmitieron una ideología segregacionista propia de la época que
no se limitaba sólo a la mujer, sino a la raza, a los extranjeros, a los
inmigrantes, a otros idiomas, a lo que se consideraba "vulgar", a la diferencia entre lo culto y lo popular. La academia francesa, por ejemplo, eliminó los
femeninos de todas las profesiones, aunque había mujeres que realizaban esos
oficios, por lo que todas debían ser nombradas atendiendo al masculino, y no se
ocultó el hecho de que se hacía para que, a través del lenguaje, el sexo
masculino estuviese por encima del femenino. Esto se hizo también con la raza,
la etnia, los demás idiomas, etc.: el idioma nacional, el ser nacional, la raza
nacional debía sobresalir por encima de las demás razas, etnias o lenguas.
Así pues, lo que hoy llamamos lenguaje normal no es más que
un tipo de idioma ideologizado desde el primer momento. Sin embargo, como la
lengua es un organismo vivo que evoluciona constantemente, hemos sido testigos
de cómo cambia debido a los hablantes, a la propia realidad que trata de
describir, que también cambia constantemente -en nuestra época sobre todo
debido a los avances tecnológicos y comunicacionales-, por lo que es
absolutamente imposible ocultar sus influencias de otros idiomas, formas
diferentes (algunos podrían llamarlas “vulgares”, y está bien) y coloquiales de
comunicarse, que se estabilizan en el tiempo y ya pueden considerarse no
pasajeras, sino que pasan a formar parte de nuestra habla cotidiana. Esto no
sucede con todos los países, todos los idiomas o todas las regiones del mundo,
y podríamos mencionar por ejemplo al oriente, donde la normalización de la
lengua ha sido diferente a la de las academias occidentales, sobre todo
europeas, así como sucede en Latinoamérica o en los EstadosUnidos y Canadá. O
en países donde se hablan múltiples idiomas, independientemente de que haya alguno
que sea considerado la “lengua oficial”.
Es decir, estamos de acuerdo en que era necesaria una
feminización del idioma, teniendo en cuenta la igualdad real de la mujer con
respecto al hombre, aunque en muchos países haya mucho por hacer en este sentido.
Es decir, una feminización que mostrara, a través del idioma, que todos los
seres humanos somos iguales. No es posible, por ejemplo, en países donde la raza
mayoritaria sea la negra, la mestiza o la mulata, que continuemos
comunicándonos con palabras de origen colonial que denostan la raza del propio
hablante, que, por supuesto, no se da cuenta de ello. Decir que la no feminización
de las profesiones, el colocar un participio masculino por encima de uno
femenino no trata de indicar una forma de manifestación de la superioridad del
hombre sobre la mujer, es falso. Uno sabe, por supuesto, que es así.
Ahora bien, me parece que las reticencias en aceptar el
lenguaje inclusivo tienen que ver, más que con la aceptación de la igualdad del
hombre y la mujer manifestada a través del lenguaje, con la imposibilidad
estética de llevarlo a la literatura, por un lado, porque su puesta en práctica
complica la forma de hablar y de escribir, pero sobre todo con algo que se
percibe como una imposición. Organismos internacionales y autoridades
gubernamentales locales han tratado de imponer un tipo de lenguaje que ha caído
del cielo. Y me parece que les ha ido bien. Es obligatorio en las escuelas y
las universidades. Por primera vez desde hace muchos años, los cambios
idiomáticos no provienen de los escritores, ni de las canciones, ni de la
publicidad, la televisión, la tecnología -como ha sucedido en los últimos años-,
sino que se ha querido imponer una forma de hablar. Esto es lo negativo. Se ha
querido forzar, empezando por el ámbito administrativo y protocolar (“todos y
todas”, “mexicanos y mexicanas”, “ciudadanos y ciudadanas”, “dominicanos y
dominicanas”, o al revés: “dominicanas y dominicanos”), una forma de decir las
cosas que proviene del poder. No ha surgido espontáneamente de los hablantes,
de influencias de otros idiomas, de la inmigración, del contacto con otras
naciones que quizás hablen el mismo idioma pero un poco diferente producto de
las culturas locales: se quiere obligar a que se utilice una forma de hablar
que algunos aceptarán al corto plazo, otros no. Y se ha querido hacer de una
forma vertiginosa y total. Pocas veces hemos presenciado un esfuerzo tan enorme
para que evolucionen las diferentes lenguas occidentales, puesto que también se
ha tenido un éxito notable en feminizar una cantidad de idiomas al mismo
tiempo. Quizás ha sido un experimento exitoso que les permitirá involucrarse en
otros ámbitos políticos que ellos consideran mucho más importantes que la
propia lengua o el pensamiento: la economía, la manipulación de masas, el
marketing, la publicidad, los procesos electorales.
No se ha esperado a que los cambios aparezcan de forma
natural y homogénea. Se ha impuesto un cambio. Lo mismo podría decirse de la
aceptación de la comunidad LGTBIQ, del matrimonio entre homosexuales, o
igualitario, o la legalización de la marihuana. Todos los seres humanos somos
iguales. Todos los seres humanos tenemos derecho al matrimonio. El matrimonio
entre homosexuales es un derecho humano, pero no todos los países se encuentran
preparados para aceptarlo, sobre todo culturas donde la religión es una parte
importante de las relaciones humanas. Eso es algo que no se puede imponer. Hay
que esperar, todo es un proceso, lamentablemente, y mientras más natural sea
ese proceso será mucho más exitoso. Quizás el éxito mediático alcanzado con la
imposición del lenguaje inclusivo lleve a estos organismos o a estos países
hegemónicos a creer que es posible imponer algunas cuestiones más, todo por el
bien de la humanidad y los derechos humanos. Es decir, imponer a través del
poder, siempre imponer.
Así pues, estamos de acuerdo con el lenguaje inclusivo, pero
no impuesto desde una oficina donde algunas personas quizás bienintencionadas
decidan cómo se debe hablar y por qué se debe hablar de esa manera. El hablante
es mucho más inteligente, y no reproduce exactamente lo que se le quiere
implantar, sino que lo corrige y muchas veces no lo acepta. Lo que debió
suceder de manera espontánea a través de un lenguaje vivo, cuenta con un mal de
fondo, primigenio: la imposición de una forma de hablar que millones de
personas no han querido aceptar.
En
una Feria del Libro en Santiago -cuando las ferias no tenían que ver aún con
entidades gubernamentales-, en el salón principal del Ateneo Amantes de la Luz,
compré muy barato un libro usado de cuentos titulado “Testimonios y
profanaciones” (1978). Su autor era José Alcántara Almánzar. Yo era muy joven,
tanto, que a mi edad desconocía el prestigio del autor. Aún conservo ese
ejemplar, un poco más envejecido pero nunca descuidado u olvidado. Décadas
después, el propio escritor me envió con unas palabras de afecto su más
reciente libro de cuentos y ensayos: “Memoria esquiva”, un título que advierte
al lector precisamente de los años que han transcurrido, quizás desde aquel
primer libro: “Antología de la literatura dominicana” (1972), hasta este siglo
XXI que empezó problemático y ha continuado justificando con sus confinamientos
nuestras aprehensiones.
Si
con “Testimonios y profanaciones”, con “Las máscaras de la seducción” (1983), y
“La carne estremecida” (1989), José Alcántara Almánzar había alcanzado su plenitud
literaria como cuentista –además, claro está, de sus narraciones posteriores-,
este libro no hace más que comprobar su capacidad para transmitir lo que
podríamos llamar “momentos” narrativos: instantes que se imprimen en la pupila
del escritor, del cronista y el poeta verdadero, y que luego son destilados a
través de esa cosa ambigua que es la Literatura. Instantes de los cuales no
sabemos exactamente sus fechas, aunque a través de su contexto podemos
arriesgar cuándo ocurren: en el cuento “Secreta aventura”, un viaje vertiginoso
en guagua nos refiere a la ciudad de Santo Domingo, a su tránsito dificultoso y
a la deshumanización del presente; pero en el primer cuento del libro, “Los
días contados”, la agonía de la abuela no nos permite datar los
acontecimientos, que pueden haber ocurrido en cualquier época. Es así como “Los
días contados” refiere con más exactitud al título del libro, puesto que la
muerte del ser querido transmite un sentimiento universal y atemporal, que
llega al lector con la sutilidad de un recuerdo doloroso y sin embargo cargado
de afecto hacia la persona que nos abandona. Son cuentos, pues, que a través
del lenguaje sutil de un escritor que coloca siempre la palabra adecuada en el
lugar preciso, nos transmiten historias pequeñas que se engrandecen a través
del uso del lenguaje: además de los cuentos mencionados, también “Historia de
una diva”, “Los estragos del olvido”, “El desquite”, “Concierto italiano”, “Resplandores”,
“El talismán”, “La vida sigue igual”, “Despedida de Niño “El Malo”, “La
sobreviviente”, “Agonías de la tarde”, “Pasión de verano”, “Vaticinio”, “Con
aires de emperatriz”, “Misteriosa”, “Fulgor en la sombra”, “El desconocido”,
“En el patio”, “La caída”, impregnan el libro de un aroma no sólo narrativo
sino intelectual, erudito, reflexivo, a pesar de que el autor no abandona la
narración ni un solo momento para accidentarla con una reflexión. Su
pensamiento nos llega de forma indirecta. Como nos sucede cuando leemos el
primer verso del poema del poeta español del Siglo de Oro Gutierre de Cetina,
que cita José Alcántara y da nombre al volumen: “Amor, fortuna y la memoria esquiva/del mal presente, atenta al bien
pasado,/me tienen tan perdido y tan cansado/que de triste vivir la alma se
priva…”, un poema que transmite un fatalismo muy de estos días inciertos –a
pesar de que es un poema del Renacimiento español-, y muy de estos cuentos: la
esperanza se le ha vuelto de vidrio y se le ha roto cuando más le debía durar,
cuando más la necesitaba. O el cuento “Los estragos del olvido”, con un
epígrafe de Octavio Paz: “nunca la vida es nuestra, es de los otros”, lo cual,
dicho sea de paso, es completamente cierto. Algunos cuentos, además, destilan
cierto humor también sutil, calmado, siempre contemplativo. Todos son cuentos
cortos, o relativamente cortos, y todos son cuentos que transmiten un solo
instante, un momento, una situación única.
En
su libro “Las máscaras de la seducción” hay un cuento que me produjo una
admiración instantánea, que provocó que lo leyera no sólo una sino varias
veces: se trata de “La reina y su secreto”. Quizás porque el cuento narra una
doble vida, tema que siempre me ha atraído como escritor y lector, desvela la
aparición del doble en nuestro interior que muestra su cara verdadera en el
momento terrible en el que menos lo estamos esperando. Por supuesto, es como si
ese cuento que transcurre un día de carnaval mostrara el porqué del título del
libro, pero también descubriera una serie de celajes, de sombras y disfraces de
los cuales emerge un sujeto monstruoso. El monstruo porta una máscara, una
“persona”, en etrusco o en latín. Pero no sólo me atrajo la sorpresa del
descubrimiento final, sino la perfección de su mecanismo, su excelencia formal.
Por primera vez, durante mi juventud, descubrí un cuento cuyo tema conectaba a
la perfección con la forma en la que estaba escrito, como si fuesen una sola
cosa; es decir, fui testigo intuitivo de una cualidad poética, descubrí algo
que debe saber todo escritor: debe haber una comunión, un raro entendimiento
entre la Historia y el Relato, entre el fondo y la forma. Teniendo en cuenta
que ya había leído a escritores como Faulkner, García Márquez o Cortázar. Ese
cuento significó para mí un deslumbramiento, aunque casi nunca se menciona como
uno de los grandes textos del autor. Es posible que ese descubrimiento juvenil
haya abierto la puerta definitiva para que yo mismo decidiese convertirme en
escritor.
En
el prólogo de su libro “La aventura interior” (1997), José Alcántara manifiesta,
a partir de las primeras líneas, su amor incondicional a la lectura y la
escritura: “Desde que llegué a la adolescencia los libros se convirtieron en
mis aliados permanentes.” Aliados a los cuales les rinde tributo a través de
los ensayos de “Memoria esquiva”: “Lector apasionado”, “Ser cuentista”,
“Caminos del escritor”, “Dimensiones y maestros del cuento”, “Motivaciones del
escritor”, “La condición del escritor”; es decir, los títulos refieren a la
lectura y la escritura. Todos los ensayos tratan sobre la Literatura, pero al
mismo tiempo reflexionan sobre la condición humana (no obstante ligada, claro
está, a la condición del escritor), sobre la vida misma y sobre cierta
comparación apasionada entre los escritores de otras épocas y los
contemporáneos, no en un sentido histórico sino sociológico, para llegar hasta
la descripción de una obsesión compartida por todos los artistas, que no ha
cambiado mucho a través de los siglos.
En “La condición del
escritor”, nos cuenta una visita que hizo a la casa de Balzac, para evocar no
sólo a un nivel turístico la vida desasosegada del escritor francés, quien
“dormía muy poco, casi nunca salía del hogar, y el resto del tiempo lo dedicaba
a escribir, su pasión irrefrenable”, sino para recordarnos que Balzac dedicaba
17 horas diarias a escribir, y lo compara con un escritor actual, de nuestra
época tecnológica: “Este ejemplo indica que, fuese ayer con la escritura a mano
a la luz de las velas, u hoy con el auxilio de la computadora, escribir sea un
misterio insondable que varía según la sensibilidad y las motivaciones
inconscientes de quien escribe”; es decir, no varía con los años, o con la
evolución de nuestra civilización, sino que cambia de acuerdo con el interior
de cada individuo. Nos recuerda que un escritor es víctima de su propia
vocación –palabra que significa “llamado”-, y que este llamado le impide abandonar
la escritura al costo que sea, aunque ello signifique su propio fracaso social
o económico. Nos recuerda que existe una diferencia fundamental entre
“redactar” y “escribir”: un redactor es un técnico de la palabra, que conoce la
ortografía, la sintaxis, las reglas gramaticales. Sin embargo, nos recuerda de
nuevo que: “Para escribir es necesario tener una condición, que es la de ser un
artista de la palabra”.
Con
“Testimonios y profanaciones”, “Las máscaras de la seducción”, “La carne
estremecida” y “Memoria esquiva”, José Alcántara Almánzar ha dejado un legado
perdurable para la historia de la Literatura dominicana. Pero su alcance es un
poco mayor. Puesto que, en este último título, los lectores, jóvenes y viejos,
encontrarán en sus páginas reflexiones que los ayudarán a sobrevivir en este
ambiente impuro de derrota permanente de la lectura, de la escritura y, en fin,
de esos objetos imprescindibles que atesoran eso que dijo Heidegger que es, en
cierto sentido, anterior al propio ser humano, que es el lenguaje: los libros,
que esta posmodernidad y este siglo XXI han relegado a unos pocos, cuando
deberían pertenecer a toda la humanidad. Como lector agradecido, les recomiendo
que lean “Memoria esquiva”, cuentos y ensayos de José Alcántara Almánzar.
Debo
decir que la presente obra: “La vida de las estrellas” es uno de los textos más
apasionantes y hermosos que he leído en estos últimos meses, una novela
entroncada en el difícil lindero entre lo puramente narrativo y la más genuina
expresión poética, contando una historia en apariencia trivial debido a su
sencillez y con escasos elementos melodramáticos relevantes o sucesos de cierta
envergadura (salvo que parte de la acción transcurre en el último periodo de
Balaguer); empero, en su subtexto la novela se enfila de manera brillante a su
verdadero tema, un tema de trascendencia diría casi de orden metafísico: la
historia de una familia de clase humilde que hace hasta lo imposible para sacar
adelante a cada uno de sus miembros pese a la adversidad, y que a través de su
personaje central, “David”, un jovencito curioso de muy acendrada sensibilidad
e inclinaciones literarias, va enhebrando sus motivaciones personales e
intelectuales hasta llegar a elucubrar un complejo discurso entre lo que es el
individuo y su relación con el universo en donde las estrellas, esos objetos
brillantes que ve en las noches oscuras junto a una de sus hermanas y sobre las
cuales ha leído en un librito junto a las nebulosas y las galaxias que las
contiene, poseen su exacta correspondencia con la existencia humana: nuestras
particulares vidas cual frágiles y fugaces caparazones nada dispares a esos
inconmensurables cuerpos celestes; elucubraciones y perplejidades en torno a la
existencia como eslabones invisibles los cuales unen a la humilde criatura con
la totalidad infinita del universo.
Y es a través de la vida y visión de su personaje central que nos vamos enterando en la medida que progresa la lectura, de la ilimitada cantidad de temas y subtemas propuestos por su autor, desde el expresado del mundo cósmico a la situación política del país (la crisis electoral del año 94 en adelante); desde la pobreza de las clases menos favorecidas, al ansia de superación de nuestro pueblo (sin caer en ningún discurso panfletario); desde la enfermedad y posterior muerte de la madre, al descubrimiento del amor, la primera relación sexual, los libros que iba leyendo y atesorando, la poesía, el cine y esa búsqueda incesante de un sentido a las cosas emprendidas que indefectiblemente en algún momento van a declinar, para finalmente morir y desaparecer, o quizás renacer como lo hacen en sus momentos más esplendorosos las estrellas, polvo mortecino del cual emergen otras en la sideral aventura.
Por otra parte todos los personajes tienen un muy bien logrado espesor psicológico, es decir, vida propia, al punto de poder paladearlos en su lectura como si fuesen seres de carne y hueso (...) La contraparte de David, su amigo Efriam, es un joven acomodado con quien tiene largas conversaciones y debates sobre arte, literatura y sobre todo cine, siendo este último su tema predilecto (él sueña con ser algún día realizador cinematográfico), y pone de manifiesto el autor a través de su boca no sólo su profundo conocimiento de este arte, sino que hasta establece un cierto paralelismo en su discurso poético narrativo además de filosófico en la presente novela, la cual bien podría emparentarse por la filiación totalizante y panteísta de corte spinoziana (aún sin mencionarlo) con una película hasta cierto punto similar: "El árbol de la vida", obra maestra del norteamericano Terrence Malick.
Otra de las grandes virtudes de esta maravillosa novela es en el cómo discurre el conjunto de la obra cual hecho artístico, en donde todo es un flujo de imágenes de asombrosa sencillez de medios, lo que en manos de otro escritor con menos condiciones artísticas habría sido un fárrago incoherente, aquí cada elemento está en su sitio y tiene un porqué muy bien estructurado, sin jamás perderse el lector en recovecos conceptuales o ideas no ponderadas, siendo los sucesos narrados como los paseos emprendidos, las observaciones astronómicas, las idas al cine, las conversaciones, etc., tan interesantes como profundas; así nos asombramos y vemos con regocijo el nacimiento de sus hermanas, sus vidas e independencia; o el personaje de Moisés García, el caballero otoñal que dirige el centro astronómico al cual David acude para sus observaciones y que representa una especie de padre espiritual o tutor que le explica los complejos entresijos de la mecánica celeste; o el personaje de Delirio (hermana de Ruth), entre otros, que siendo un travesti con incontables problemas debido a su condición de género, se nos revela, no obstante, como un alma bella y plena de humanidad.
En fin, señor director, desde mi humilde punto de vista creo que es una obra altamente recomendable para su publicación, y doy fe que es una pieza de excepción que engalanará la estupenda colección bibliográfica del Banco Central.
(Jurado de selección del Departamento Cultural del Banco Central para la publicación de la novela "La vida de las estrellas", de Máximo Vega).
La víctima estaba saliendo de la
catedral cuando Asdrúbal le pidió la limosna. Con la mano ahuecada y extendida
como si tuviese experiencia en ello, vestido de harapos, descalzo a pesar de
que se hacía daño en las plantas con las piedritas diminutas sobre la acera,
sabía que aquel señor, casi anciano, encorvado a destiempo, que acompañaba el cortejo
de la pareja formada por su hija que contraía matrimonio y el jovencito de
gelatina en el cabello lacio y zapatos de charol, lo apartaría de su camino con
una mueca de asco.
El cuchillo lo traía escondido en un
bolsillo, agarrado fuertemente con la mano izquierda metida en el pantalón
roto. Saltaría sobre su cuello mal afeitado, un cuello poroso que ensuciaba la
camisa de sudor, abotagado por la corbata pasada de moda, demasiado ancha y
apretada. Sacaría el cuchillo ya en el aire –no un revólver, un puñal, el arma
perfecta para todas las venganzas-, se lanzaría sobre la yugular palpitando
apenas debido al colesterol y al ocio, saldría huyendo luego hacia cualquier
lado. Detrás, el llanto de sus hijas, el hipido nervioso de su esposa que
quizás más adelante se alegraría, los gritos agudos de toda la familia. La
sangre sobre los escalones rústicos de la catedral.
Cinco años antes, lo había descubierto
de nuevo montándose en el Mercedes Benz, rodeado por tres guardaespaldas,
mirando para todos lados con su desconfianza habitual, saliendo de una tienda
en una plaza comercial con el nombre en inglés. Había creído que no iba a
volver a encontrarlo jamás, sobre todo porque había perdido su rastro luego de
que averiguó que debido a una investigación de la DEA tuvo que marcharse a
España. Asdrúbal trabajaba en un supermercado, había sido ascendido a gerente
general. Abandonó el empleo y se dedicó a perseguirlo, había ahorrado
suficiente dinero para vivir algunos años sin trabajar. Llevaba una vida
frugal, barata. La adicción al espionaje le había impedido, con el tiempo,
regresar a una disciplina, a cumplir horarios de oficina y hacer al pie de la
letra lo que ordenan los jefes y los manuales.
Veinte años antes lo había visto por
segunda vez en toda su vida, mucho más vulgar de lo que llegaría a ser en el
futuro, vestido con una chacabana blanca que le quedaba pequeña y los dedos de
las manos llenos de anillos de plata. Tenía bozo en esa época, una pequeña raya
debajo de la nariz enorme, que resoplaba como la de un toro obeso. No le gustó
haberlo encontrado de nuevo. Pensaba que todo aquello había quedado atrás, en
un pasado remoto que pretendía olvidar como si su vida hubiese empezado al
cumplir los diez años –un poco gordo para su edad, algo bajo, se imaginaba sin
humor cómo pudo haber salido con ese tamaño por la vagina estrecha de su madre.
No tenía guardaespaldas en ese tiempo, lo protegía una 9MM que guardaba
en una funda escondida detrás de la pretina de un pantalón excéntrico. Al
reencontrarlo, de inmediato algo empezó a herirlo y a corromperlo.
Treinta años antes, cuando Asdrúbal
tenía nueve años de edad y vendía periódicos vespertinos con los demás
canillitas del parque Duarte, halló a su padre escondido en un rincón,
inyectándose la heroína que le suministraba todas las semanas el individuo
vulgar, de nariz enorme, que mostraba orgulloso una 9MM metida en una canana
detrás de su pretina. Asdrúbal le entregaba a su padre diariamente el dinero
recaudado con los periódicos, pero ese día exacto, ese día, notó que el hombre
vulgar se alejaba del rincón metiéndose unos billetes en los bolsillos. A pesar
de que conocía al dealer por su nombre, Asdrúbal lo veía por primera vez. Al
acercarse, su padre le sonrió como un idiota, le dio un beso en la mejilla, se
echó hacia atrás como si hubiese querido recostarse para descansar. Es natural
que Asdrúbal aún tenga en la cabeza, rondándole los sueños cuando sueña, metido
en los recuerdos y en el trauma, la imagen de su padre destruido, desgonzado
sobre la pared trasera de la catedral, con la jeringa colgándole del antebrazo
que le sangraba. Su padre estaba muerto. Es natural que lo recuerde no como era
en vida, sano, flaco, alto, caminando con él y sus hermanos hasta Helados Capri
o comprando pizzas baratas en el restaurante de los chinos, sino que siempre se
recuerde lanzándose sobre el cuerpo y sus espasmos repentinos, sobre su padre
con la baba en la boca como si fuese un perro rabioso, tratando de recobrar lo
que ya se había perdido desde la primera vez que su padre sintió el placer y la
paz del líquido que se le metía en las venas y lo salvaba de algo que él mismo
no podía comprender completamente.
Lo hacía para borrar el recuerdo, la
crueldad del beso en la mejilla, para descansar en paz. Para no seguir soñando
con sus nueve años y el cadáver que se llevaron los policías metido en un saco
de henequén. Saltó sobre el viejo como si se elevara un pájaro, sacó el
cuchillo como un samurai. Como un ángel exterminador, como un arcángel que
luego cae, como lucifer. Al principio, el hombre casi anciano se echó hacia
atrás, algunos años antes lo habría enfrentado pero hoy, ahora, estaba viejo y
cansado y todo lo que pretendía era cuidar a su familia, ver casadas a sus
hijas –el destino no había querido darle hijos-, morir antes que su mujer, que
lo enterraría con algún pequeño homenaje que no se merecía, provisto por su
dinero. Poco le faltó para echarse a correr. La novia y las damas lanzaron unos
grititos histéricos. Para no tener que matarlo en un día tan especial para su
jefe, los guardaespaldas se adelantaron y le dispararon a las piernas. Cuando
Asdrúbal cayó como un bulto sobre las losetas rústicas, lo abandonaron allí
mismo hasta que llegó la policía, que tenía la encomienda de recogerlo y
hospitalizarlo lo más rápidamente posible, antes de que empezaran los
comentarios desagradables de los invitados, y acabara por estropearles también
la recepción y la partida hacia la luna de miel.
Alguna vez en el futuro, sentado en su
silla de ruedas, mientras ahueca la mano para recibir las monedas de los
transeúntes, Asdrúbal podrá verlo caminando hacia su Mercedes, casi anciano,
enviando a uno de sus guardaespaldas para que le entregue un billete, de los de
a mil, quizás porque le dará lástima y se sentirá un poco culpable de su
invalidez y su indigencia.
Soy de Santiago
de los Caballeros. Mi infancia fue muy feliz, según recuerdo, aunque no fue
tranquila. Nací cerca del río Yaque del Norte cuando se empezaba a construir la
Avenida Circunvalación, por lo que fuimos desalojados de nuestra casa y tuvimos
que mudarnos. Al parecer fue un presagio de nuestra vida, porque la familia se
mantuvo mudando de casa en casa por todo Santiago, e incluso fuera de la ciudad.
Esa vida nómada creó un desapego y también un desarraigo.
2- Cuál es el género para el que escribe?
Escribo cuento, novela y ensayo.
3- ¿Qué es lo que más le satisface en su labor?
Escribir en sí
mismo provoca una gran satisfacción. Es una vocación. Vocación significa
“llamado”. Puedo decir sin temor a equivocarme que me llamó la Literatura, que
escucho su voz cada vez que leo un libro o se me ocurre una historia, y a
través de ese llamado he encontrado el sentido de mi vida.
4- Además de escritor, ¿a qué otra
actividad profesional e intelectual se dedica?
Soy gestor cultural, fui profesor y
tengo un pequeño negocio del que vivo.
5- ¿Quién o quiénes marcaron sus
inicios como escritor. Algunas influencias?
Al principio fueron los escritores
del Boom latinoamericano. Debido a mi edad. Pero también escritores
dominicanos: Pedro Peix, Juan Bosch, Pedro Henríquez Ureña. Hay un escritor que
me deslumbró cuando lo descubrí, cuando todavía no sabía que había influenciado
a los escritores latinoamericanos: William Faulkner. Pero también los rusos:
Dostoyevski, Tolstoi. Hasta músicos y compositores de canciones como Bob Dylan,
Silvio Rodríguez, Chico Buarque, o directores de cine como Federico Fellini,
Vittorio De Sica, Woody Allen, David Lynch, porque siempre me ha gustado mucho
el cine. También Juan Carlos Onetti, Joao Guimaräes Rosa, Clarice Lispector,
Alejo Carpentier, Antonio Di Benedetto, escritores caribeños como Edouard
Glissant y Aimé Cesaire, que leía traducidos del francés. Poetas como César
Vallejo o como Kavafis. Juan Rulfo, Virginia Woolf, Franz Kafka, Marcel Proust.
Escritores españoles, de los cuales admiro la perfección formal con la que
escriben: Azorín, por ejemplo. Pero después llegaron los escritores más jóvenes
que los miembros del Boom, incluso algunos de ellos que aún están vivos: Milan
Kundera, José Saramago, J. M. Coetzee, Le Clézio, y así una cantidad de
escritores, muchos de ellos desconocidos pero grandes escritores (porque la
fama no tiene nada que ver con la Literatura), que alargarían la lista hasta el
punto de que llenaría varias páginas.
6- Podría compartir alguna anécdota
relacionada con la época en la que escribió su primera obra.
Una vez, recuerdo, en el colegio nos
pidieron que escribiéramos un poema. Yo tenía tal vez diez años. Al día
siguiente me aparecí con un cuento, que leí en la clase. Claro, yo mismo no
sabía que lo que había escrito era un cuento. Todos los demás leyeron sus
poemas y yo leí orgulloso mi cuento. Traía la narrativa dentro de mí, más que
la poesía.
7- ¿Para qué tipo de lectores
escribe?
Realmente no lo sé. Podría decir que
escribo para todo el mundo, pero eso no es posible. Podría decir: escribo para
los dominicanos, pero en este país apenas se lee y estoy seguro, tengo pruebas
de ello, de que me lee un público más internacional que dominicano. Pero también
puedo decir sin lugar a dudas que, aunque mis lectores no sean del todo
dominicanos, las historias que escribo sí lo son, mis personajes son
dominicanos e incluso parte del lenguaje con el que escribo es puramente
dominicano.
8- ¿Qué ha sido lo que mejor le ha
pasado en su andar para darse a conocer a los lectores?
Me han sucedido muchas cosas. Una de
ellas, me parece que la principal, es haber encontrado lectores. Que haya gente
que compre mis libros, que los lea y que tal vez entienda que están escritos
con sinceridad y mucho esfuerzo.
9- ¿Influyen las creencias políticas,
sociales y filosóficas en el éxito o fracaso de la una obra?
Claro que sí. Eso tiene que ver más
con el terreno publicitario, mercadológico, pero es así. Los libros que más se
leen en nuestro país son los ensayos históricos y políticos. Las memorias,
sobre todo de la era de Trujillo o de los doce años de Balaguer. Quien no
escriba sobre esos renglones podría pasar desapercibido. Pero la Literatura es
otra cosa, y lo bueno de escribir en el país, de ser un escritor anónimo en la
República Dominicana, es que uno tiene la libertad de escribir sobre cualquier
cosa, no tiene ataduras publicitarias, mercadológicas o editoriales en ese
sentido. Entonces las metas de un escritor dominicano deberían ser sólo
estéticas.
10- ¿Qué tanto beneficia a la
producción literaria que el gobierno se interese en la industria cultural?
Eso es muy, muy importante. El estado
no debe subsidiar a los artistas, sino que debe promover el arte y la cultura.
El gobierno no tiene que comprarle libros a los escritores, sino promover la
lectura entre los ciudadanos. Lo demás viene por sí solo. Ahora bien, mientras
ese tiempo llega, existe un Ministerio de Cultura que debería funcionar, pero
no lo hace. Cuando hablamos de cultura, nos referimos a dos fenómenos
diferentes: el primero es el aspecto estético, el creativo, el tema artístico,
y el segundo es el mercadológico, el de la promoción del arte. En los
diferentes estamentos del Ministerio de Cultura, en las Ferias del Libro, en
las direcciones de promoción del libro, de las artes plásticas, la
cinematografía, el teatro, la danza, la música, etc., etc., en todas las
direcciones que promocionan el arte, lo que debería haber es mercadólogos,
expertos, publicistas, haciendo planes para promocionar el libro, las artes
plásticas, las películas, la música dominicana, la gastronomía, la cultura
dominicana. A partir de esa promoción constante, y de una inversión económica
importante, se crea una industria en una sociedad capitalista, que es la que
vivimos y padecemos en este momento.
11- Escribe para un determinado grupo
de lectores?
Escribo para lectores con un cierto
conocimiento lectorial. No puedo decir que escriba para cualquier nivel
educativo. Hay una novela corta mía que ha tenido mucho éxito, que se llama
“Juguete de madera”, que se lee en algunas universidades y escuelas, pero ni
siquiera ese libro es para todos los lectores. Me gustaría escribir para todos,
pero sé que hay lectores que no podrían entender lo que escribo. Me esfuerzo
para ser lo más claro posible, pero estoy consciente de que hay lectores a los
que no les va a interesar lo que escribo.
12- ¿Qué proyecto literario le ha sido más
difícil de abordar?
El que estoy escribiendo ahora. He tenido que hacer
una investigación, y aunque lo he hecho antes para algún ensayo, nunca para una
novela, que es lo que estoy escribiendo. Es sobre un hecho real sucedido en la
República Dominicana.
13- ¿Qué es lo más hermoso que te ha
dejado el mundo literario?
Los lectores. Un narrador es un creador
de espacios imaginarios. Las historias que uno crea no existen, son
invenciones. Los personajes, las situaciones, etc., son ficticias, son
imaginarias. Entonces cuando un lector me dice que tal o cual personaje parece
real, que es como si lo conociera y hablara con él, o cuando me dicen que les
gustó uno de mis libros, que quieren hablar conmigo, es decir con el escritor,
sobre uno de esos espacios que ha creado mi imaginación… es un sentimiento
incomparable. También el aspecto de la gestión cultural. Soy el fundador del
Taller de Narradores de Santiago, y hay pocos escritores, narradores, de mi
generación o más jóvenes, que no haya pasado por el Taller de Narradores, que
se convirtió en el primer grupo literario del país dedicado exclusivamente a un
género (la narrativa), y uno de los primeros del Caribe. Pero lo importante en
ese grupo ha sido la formación de escritores que han trascendido en nuestro
país, que han sido escritores verdaderos.
14 ¿Puedes escuchar a sus personajes?
¿Qué relación terminas teniendo con ellos?
He llorado por alguno de mis
personajes. El Departamento de Cultura del Banco Central me va a publicar este
año, en el mes de abril, una novela que se llama “La vida de las estrellas”, y
el personaje principal, que es un joven que quiere ser poeta y quiere ser
astrónomo, hace algo que no voy a confesar porque si lo digo estropearía la
historia para los posibles lectores, pero cuando lo escribí y me puse a pensar
en ello me pasé la noche llorando sobre la cama, por él, porque pensé incluso en
quitar esa parte porque no quería hacerle daño. Como si fuese un personaje
real, un amigo al que yo tenía que cuidar y defender.
15- ¿Qué es lo peor que te ha pasado
escribiendo un libro?
Que después de que está escrito no me
guste. Que pase el tiempo y ya no pueda ni leerlo. Que luego del esfuerzo haya
que tirarlo a la basura, algo que me ha pasado muchas veces.
16- ¿Algún género literario que le
apetezca experimentar y aún no se ha atrevido a hacer?
Creo que no. Me siento bien en la
narrativa, soy un narrador. A veces escribo ensayos, pero sobre todo soy un
contador de historias. Alguna vez pensé en escribir poesía, pero nunca me
atreví, eso no era lo mío. Soy un escritor de personajes y de historias.
17- Qué sentimientos despertó en
usted cuando su obra fue traducida parcialmente al inglés, al alemán, al francés y al italiano.
Ha sido una felicidad. Yo no escribo
para eso. Escribo porque me gusta, porque pienso que tengo cosas que decir, y
para los lectores. Poco a poco, porque aquí todo es lento, pausado, aquí todo
llega tarde, hasta la tarde, como dijo Manuel del Cabral, se han ido traduciendo
las cosas que he escrito. O me piden directamente algún texto, como sucedió con
un libro sobre el Genocidio Armenio en el que participé, que yo menciono mucho
porque me ha dado muchas satisfacciones y porque me gustó escribir ese texto,
que hice por encargo. Es extraño ver algo que uno ha escrito en otros idiomas.
En armenio, por ejemplo, que tiene un alfabeto diferente al español. O en ruso,
con el alfabeto cirílico. Saber que una historia que transcurre en Santiago de
los Caballeros la va a leer un italiano, un gringo, un armenio o un ruso. Es extraño,
pero es satisfactorio, porque uno piensa que algún valor debe tener lo que uno
escribe si eso le sucede.
18- También se dedica al trabajo
audiovisual, sus videos han sido proyectados en la Rep. Dom.; en el Festival de
Video Imago, de Cuba; en Italia; y en el Festival de Cine de Huesca, en España.
Hábleme de esa experiencia.
Mi trabajo profesional es el video.
Alguna vez pensé en ser director cinematográfico o algo así, pero al final
entendí que mi camino era la Literatura. Yo soy un técnico del video, un
profesional. He hecho trabajos sobre artistas de la ciudad y he participado con
ellos en festivales, pero soy escritor. El video me sirve para ganarme la vida.
Pero la Literatura es otra cosa, y aunque he viajado a algunos países con mis
videos, o los he enviado para que sean presentados en festivales, soy un
escritor, una parte muy importante demi
vida es la Literatura.
Johnny Pacheco toca la flauta en
África, acompañado por los músicos excepcionales de las Estrellas de la Fania,
mientras Celia Cruz interpreta una canción con su trueno oscuro. El
puertorriqueño Johnny Pacheco, el cubano Pacheco, dirige la orquesta y le
sonríe con su boca muy blanca rodeada de pelos negros y canosos a la cubana que
encandila a todo un público eufórico. El no hace nada más: baila, a veces toca
la flauta, dirige una orquesta de estrellas que todos sabemos que no necesita
ser dirigida. Se arregla los pantalones por la inmensa pretina, se toca el
afro, se acaricia la barba de jazzista. Pues bien: he ahí al gran Johnny
Pacheco, encaramado como un divo delgadísimo sobre un escenario ubicado en el
continente más pobre y lejano de todos los continentes. En la raíz de toda la
humanidad y toda la música. Johnny Pacheco. El Productor de las Estrellas, el
Director, el Antólogo. Quien te viera y quien te ve, Johnny Pacheco.
Pacheco nació en el barrio Los
Pepines, en Santiago de los Caballeros, República Dominicana. Es un barrio
pequeño, cuya calle principal, la Vicente Estrella, hasta hace unos pocos años
estuvo rodeada de pinos y de sombras que sugerían el ambiente bucólico del que
provino el músico. Allí también nacieron Yoryi Morel, Socorro Castellanos,
Manuel del Cabral; allí tenía Domingo Moreno Jiménez su Colina Sacra
santiaguera; allí nació mi padre. Debajo de sus pinos se acariciaron y
fornicaron los desconocidos. Y de allí salió el Pacheco, que llegó pronto al
Madison Square Garden producto de su talento y de su don de aglutinar; que
llegó al África –ya lo sabemos-, a Europa, Asia, y a los Estados Unidos, Canadá
y Alaska, que pertenecen a otro continente que no es el americano. El
Johnny. Conoció a Héctor Lavoe, a Ismael Miranda, al Gran Combo, a Rubén Blades
y a Willie Colón. Sería más adecuado decir: ellos lo conocieron a él, y nunca
lo olvidarían. Le produjo música a casi todo el mundo, hasta a un Mecano que
interpretó la salsa más desabrida que hayamos escuchado en años; por eso
pensaban que era puertorriqueño, que era cubano. Estuvo en la época de oro de
la salsa, rodeado de anfetaminas y de mujeres lindas, cubierto de gloria, de
dinero, de sombreros de latin lover y de capas doradas a lo Mandrake: se usaban
en esa época. Era la moda. Con una cadena inmensa representando un sol con cara
de niño, desde una fotografía a blanco y negro en la que a abraza a Celia Cruz
cuando era más negra que ahora que murió y la sacralizó Miami, te miro y no te conozco,
Johnny Pacheco. ¿Qué hubiese ocurrido si te quedas en Los Pepines, si no
hubieses tenido la oportunidad de irte, si Trujillo el sátrapa asesino no hubiese
perseguido a tu familia, si no hubieses estudiado en Julliard y no hubieses
llegado a Nueva York? Te hubieses jodido, como los demás que nos quedamos. No
te hubiese conocido nadie. Por eso te deseo, ya en tu honorable vejez, viviendo
de los homenajes y de los recuerdos de tu éxito en África, en Europa, en Asia,
en Nueva York, cuando el público se subía al escenario y destrozaba las sillas
del Madison porque exigía que el espectáculo continuara, que la emoción y la
felicidad fuesen infinitas (pero ninguna de esas cosas son infinitas, su valor
se encuentra precisamente en su inmensa brevedad) mientras Héctor Lavoe repetía
diez mil veces Que cante mi gente,
toda la fama del mundo. Representas toda la salsa. Todos brindamos por ti.
¿Recuerdas, Johnny, tus correrías
por la Vicente Estrella, mojándote bajo las hojas largas de los pinitos,
bañándote en la lluvia reciente y dilatada que te empapaba, empujando una rueda
desinflada de bicicleta? ¿Recuerdas a Bader, a la fortaleza San Luis, al río
Yaque, a los alcohólicos reunidos para siempre en la esquina de la Santomé? ¿Lo
recuerdas Johnny? ¿Por qué las Estrellas, por qué África, por qué Celia, no
pueden traerte recuerdos como esos? Toda la música y toda la gloria están en
ti, si no has olvidado tus raíces. Como en África, el origen de todos los
orígenes.