El discurso del señor Putín:
Jorge Luis Borges: Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. Una interpretación
(Te recomendamos que primero te acerques al cuento antes de leer estas palabras. Este texto contiene citas y alusiones que es mejor consultar luego de la lectura del cuento original)
Tlön, Uqbar, Orbis Tertius es un cuento de Jorge Luis Borges
publicado en la revista Sur en el año 1940. Luego apareció en tres libros
diferentes: en la Antología de la
Literatura Fantástica de ese mismo año, en El Jardín de los Senderos que se Bifurcan del año 1941, y al final
en Ficciones, de 1944, volumen de cuentos
definitivo en donde lo ha hallado la mayoría de sus admiradores. Aunque no tuvo
muchos comentarios ni lectores cuando fue publicado, poco a poco, con el pasar
de los años, se ha convertido en una obra de culto, y en uno de los cuentos más
logrados de la historia de la literatura. Sin ninguna discusión.
Durante una conversación con el también escritor argentino
Adolfo Bioy Casares, éste le dice a Borges que ha hallado en la Enciclopedia
Británica un pueblo llamado Tlön, que se supone se encuentra tal vez en Irak o
en Asia Menor. Pero revisando su propio ejemplar de la Enciclopedia, ninguno de
los dos encuentra ninguna alusión a ese pueblo. De vuelta en su casa, Bioy
Casares consulta su propia Enciclopedia Británica, y se da cuenta de que su
ejemplar tiene 3 páginas más que se dedican a definir qué es el pueblo de Tlön.
En las demás versiones de la Enciclopedia no aparece ninguna alusión a esa
civilización. A partir de ese momento, la pesquisa por parte de Borges para
hallar algunos pormenores de Tlön se convierte en una obsesión intelectual para
él. Al final, años después, luego de muchos viajes, preguntas y lecturas, conversaciones
con escritores, científicos y geógrafos, descubre qué es Tlön, qué es Uqbar y
qué Orbis Tertius, pero no concluye allí su búsqueda, puesto que desea
continuar investigando hasta su muerte, como lo han hecho otros investigadores
obsesionados con Tlön, hasta el punto de que su investigación intelectual es
más importante que la civilización en sí misma, debido a que ha descubierto que
Tlön no es más que una creación literaria, una civilización ilusoria.
Tlön es una civilización imaginaria creada por una secta de
intelectuales llamada Orbis Tertius. Uqbar es la ampliación y corrección de las
imperfecciones de la primera escritura de Tlön.
Ahora bien, siempre debemos leer entre líneas cuando estamos
delante no solamente de este cuento, sino de cualquier otro de Borges. El texto
se encuentra escrito como si fuese más bien un ensayo, no una historia
ficticia, y como si la pesquisa fuese una investigación que realiza cualquier
académico interesado, si obviamos su carácter obsesivo. Además, tiene un
lenguaje supuestamente discursivo. Aparecen en el cuento una serie de
personajes reales, lo cual le da una sensación de verosimilitud a un texto que
no es más que un cuento fantástico: Alfonso Reyes, por ejemplo, Bioy Casares, a
quien ya mencionamos, Schopenhauer, el escritor argentino Carlos Mastronardi, y
varios más. Es como si Borges hubiese escrito un ensayo sobre una historia
fantástica, la crónica de una pesquisa que nunca existió.
Por ejemplo, al principio Borges le propone a Bioy Casares escribir una novela en primera persona cuyo narrador
omitiera o desfigurara los hechos e incurriera en diversas contradicciones. Esa proposición es lo que propicia el
recuerdo de Tlön por parte de Bioy Casares, lo que nos proporciona una posible
clave del significado del cuento. Además,
nos habla de un texto en el cual se tratara de desviar la atención del lector con diversos temas que lo alejaran de la
verdadera trama y el verdadero mensaje, que solamente descubriría una
cantidad muy limitada de lectores. Es decir, que al parecer nos está aclarando
precisamente que distraerá nuestra atención para que no podamos entender lo que
quiere decirnos, aunque al final una cantidad muy pequeña de personas hallará
en el texto una serie de claves para entender su verdadero significado. Nos
dice, al principio del texto, que los
espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres.
También los Cátaros, una religión
surgida en el siglo XI en Europa, predicaba que los seres humanos no debían
tener relaciones sexuales porque la cópula era la obra de Satanás, por lo que
no comían carne ni ningún otro alimento proveniente de un animal, como los
huevos, por ejemplo, porque provenían de la relación sexual. Para los Cátaros,
Dios creó el cielo, la eternidad, el alma y todo lo perfecto, mientras que Satanás
o un dios malvado creó el cuerpo, la carne, el mundo material, que es
imperfecto y se corrompe. El Viejo Testamento fue escrito por ese dios malvado,
el Nuevo Testamento por el verdadero Dios. Esa religión fue erradicada por una
cruzada y por la inquisición, cuando empezó a crecer en la zona del Languedoc,
lo que hoy se conoce como Francia y algunos países vecinos, durante la Edad
Media.
Tlön es una civilización inexistente, que ideó un grupo de
intelectuales llamado Orbis Tertius.
Al principio ese grupo deseaba crear una ciudad, pero cuando la idea llegó al
grupo en América, se decidió crear todo un planeta. Desde el momento de su
idealización, generaciones de intelectuales pertenecientes a ese grupo secreto
ha ido agregando y perfeccionando la historia, la geografía, la filosofía,
etc., de Tlön, por lo que existe ya
una versión ampliada y corregida llamada Uqbar.
Ahora bien, para el lector el significado del cuento cambia cuando descubrimos,
buscando fuera del texto (tal vez en Google, una facilidad que no tenían Borges
o Bioy en 1941), que “Orbis Tertius” significa “El Tercer Mundo” en latín.
Lo que sabemos mientras continuamos leyendo el cuento, es que
Borges pretende que Tlön y Uqbar son en realidad nuestra propia civilización, y
que el planeta de Tlön es nuestro propio planeta, puesto que nos dice que la
Tierra se convertirá en Tlön en poco tiempo, en muy pocas generaciones.
De acuerdo con Borges, Tlön es una civilización idealista.
Para ellos el materialismo es una filosofía falsa y absurda. Además, sus
filósofos no buscan la verdad y ni siquiera la verosimilitud: buscan el
asombro. Es como sucede quizás hoy día, cuando toda nuestra realidad como
ciudadanos occidentales la percibimos a través de imágenes y espectáculos.
Mientras más asombrosa sea la imagen o el espectáculo, tendrá más éxito. La
copia es más importante que el original, como escribió Feuerbach, citado por
Guy Debord en su libro La Sociedad del
Espectáculo (1967). El ser humano prefiere la ilusión a la realidad, por lo
que Borges profetiza que en pocas generaciones el planeta Tierra se convertirá
en Tlön. Como somos una civilización construida por la cultura, y como la humanidad ha olvidado que es un
rigor de ajedrecistas, no de ángeles, al final nos convertiremos en Uqbar.
Lo que quiere decirnos es que somos un orden creado por los propios hombres, no
por circunstancias metafísicas. Borges repite que Tlön se encuentra construido
con un orden humano, mientras que nuestra civilización por un orden divino. Es
decir, desde el momento en que la humanidad abandone la idea de Dios, la idea
de que hemos sido creados por un Dios o por dioses, estaremos preparados para
convertirnos en Tlön. Ya podemos aceptar que hemos sido hechos por un orden
cultural e intelectual, y entonces la civilización aceptará que ha sido creada
por sí misma, al mismo tiempo que Borges se pregunta: ¿Cómo no someterse a Tlon, a la minuciosa y vasta evidencia de un
planeta ordenado? (…) Tlön es un
laberinto, pero es un laberinto urdido por los hombres, que está destinado a
que lo descifren los hombres. Es decir, los secretos del mundo pueden ser
descifrados y entendidos por los seres humanos, el universo no es un orden
indescifrable que no admite comprensión.
Así pues, quizás hemos llegado al significado oculto que
contiene este pueblo ilusorio: la civilización de Tlön y Uqbar es nuestra
propia civilización. El planeta ilusorio de Tlön, creado por El Tercer Mundo,
es nuestro propio planeta. Implica cierta clase de humor secreto por parte de
un gran escritor de mentalidad aristocrática, decir que El Tercer Mundo
cambiará todo el resto del planeta. No obstante, sí estamos de acuerdo con que
hemos sido construidos por la cultura, por una vasta cadena de intelectuales,
científicos, filósofos, pensadores, gobernantes, dictadores, imperios,
políticos, empresarios, locos metafísicos, que han escrito de forma indeleble
sus ideas en todos nosotros. Sus religiones, sus imágenes, sus creencias, su
filosofía, sus descubrimientos, de manera que a través de los siglos se ha
creado una civilización ilusoria que piensa que su metafísica es real y
verdadera. Tlön somos nosotros mismos.
Como nos dice Borges, al final, refiriéndose a cómo aún se continúa
con la creación de una civilización imaginaria que se cree real: Una dispersa dinastía de solitarios ha
cambiado la faz del mundo. Su tarea prosigue.
LA MUERTE DE RENÉ RODRÍGUEZ SORIANO:
Rusia, Ucrania, libertad de expresión:
Si nos atenemos a las informaciones de los medios de
comunicación, Occidente ya no es un espacio geográfico, sino político,
económico y militar. A Occidente pertenecen los Estados Unidos, Canadá y Europa
(y quizás incluso Australia, Nueva Zelanda, Japón, Corea del Sur).
Latinoamérica no pertenece a Occidente, de acuerdo con las noticias que nos
llegan de los canales norteamericanos y europeos, así como México no pertenece
a Norteamérica. Rusia le responde a Occidente, Occidente interpela a Rusia:
Estados Unidos y Europa le responden a Rusia, que ya tampoco pertenece a
Europa. Oriente está compuesto por Rusia y China.
Admirábamos en los Estados Unidos y sus aliados europeos la
defensa a ultranza de la libertad de expresión. Es decir, sus valores, que debe
compartir todo escritor, para quien la libertad de expresión es un bien
inestimable. Sabíamos que canales noticiosos como Fox News y CNN sesgaban sus
noticias y muchas veces transmitían mentiras. Lo reconocíamos sobre todo cuando
se trataba de hechos que ocurrían en nuestros países y de los cuales habíamos
sido testigos: esas dos emisoras televisivas se referían a esos hechos de
acuerdo con un sesgo ideológico, otras veces económico y político. Sabíamos que
nos decían mentiras, literalmente. Así como existen páginas ultraderechistas o
ultraizquierdistas que se inventan los hechos de acuerdo con su conveniencia, sin
ningún rubor. Pero admirábamos el hecho de que no se tratara de censurar ni siquiera
esa clase de informaciones, por lo menos sospechosas, porque se pensaba que el
ciudadano tenía el derecho de recibirlas sin censurarlas, aunque luego se
tratara de demostrar que mentían. Admirábamos, pues, la libertad para decir las
cosas, la tolerancia para aceptar las diferentes aristas en el terreno de lo
mediático.
Ha llegado el momento en que eso ha terminado. Es posible que
a países como Rusia y China, en donde todo no se puede mencionar, esta nueva
estrategia les haya tomado por sorpresa. Se han censurado las noticias
provenientes del adversario, los canales informativos del adversario, la visión
del otro. Quizás las mentiras del otro, mientras se aceptan y se difunden las
mentiras de “occidente”. Una guerra terrible ha provocado esto en las redes
sociales, donde no se pueden difundir todas las noticias ni todo se puede
decir; donde se han censurado documentales como el de Oliver Stone –que es,
claro está, un director de los Estados Unidos-; donde se han cerrado canales
rusos y pro-rusos en Youtube. Ni siquiera nos referiremos a los medios de
comunicación tradicionales, que tienen sus guiones escritos desde el principio.
Y todo esto sucede, como nos advierte el filósofo Byun Chul-Han, que mencionó
esto indirectamente mucho antes de que llegara la guerra, por supuesto, ante la complicidad
de las compañías multinacionales que manejan estas redes, creyendo ellos mismos
que están haciendo algo bueno, loable, puesto que esta invasión es terrible y
deleznable. La invasión a Ucrania es terrible, pero también lo fue la de Afganistán e Irak, la guerra en Palestina, Siria, en Yemen, Somalia o Rwanda. Todas son terribles. Ha terminado la etapa de la libertad, y entramos peligrosamente en
otra cosa que todavía no entendemos bien, pero que podríamos empezar a
considerar como aquella en la cual los propios ciudadanos aprueban esta censura
y esta visión estrecha y unilateral porque la visión del otro es “diabólica”, “perversa”,
“malvada”. Los otros son unos locos que actúan porque sufren de alguna
psicopatía, son enfermos mentales que han puesto al mundo en peligro y no
merecen estar en las redes, en la televisión, en la radio, en ningún medio de
comunicación occidental. Hay que prohibirlos y censurarlos, y se supone que eso está muy bien. Puesto que debemos entender cómo funciona lo mediático hoy en día: para los medios y el público, es mucho más interesante la bofetada del actor Will Smith a otro actor, Chris Rock, que los niños muertos en Ucrania. Que son deprimentes, no transmiten nada positivo, aunque sí mucha negatividad, mala vibra. Me parece que hay una película de Netflix que se refiere con sarcasmo a esta clase de público contemporáneo. Pocos minutos después, un grupo de actores aplaudieron de pie al agresor, porque se encendía un letrero de luces led que les ordenaba: Stand up ovation.
En el cuento de Borges “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, una
civilización empezó a dibujar un mapa sobre todo su territorio, tratando de
falsificar su geografía, que no les era agradable. Ese símbolo borgiano de la
necesidad del ser humano de falsificar la realidad, de re-crear una realidad
alternativa y edulcorada, pero falsa al fin y al cabo, es lo que sucede hoy día
con la virtualidad, la desaparición de los objetos, la inmersión en una burbuja
de la cual los propios ciudadanos no quieren salir, porque, y en eso sí estamos
de acuerdo, ahí dentro somos más felices. Con esta premisa jugó en su momento
la película “Matrix”. Pero debemos tener en cuenta también que esta visión
sesgada de la realidad solamente se da en “occidente” (es decir, en algunos
países europeos, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Japón, Corea
del Sur…), aunque se quiera universalizar ese modo de vida que comparten esos
países: el resto del mundo es posible que no comparta esta falsificación
sistemática de la verdad a través del capitalismo y el neoliberalismo.
Byun-Chul Han, La Sociedad del Cansancio y de las No Cosas
El día de mi cumpleaños del año
anterior, 2021, mis amigos y exparejas me enviaron mensajes felicitándome por
Whatsapp, sobre todo emoticones e imágenes hechas, descargadas de bancos
digitales. Solamente mi mamá me llamó por el teléfono celular para desearme
feliz cumpleaños. Debo aclarar que ya no soy un hombre joven. Nadie me visitó,
quizás porque pensaban que habían cumplido con la responsabilidad social de
recordarme el día en que me trajeron al mundo. Pero soy una persona que ha
vivido varias épocas. Añoro las cosas, los objetos, el bizcocho de cumpleaños,
las fotografías impresas en papel fotográfico, el viaje anual al estudio para
revelarlas en el cuarto oscuro, para tenerlas como recuerdos por el resto de mi
vida. Es decir, siento nostalgia por lo físico, por los ritos y las
interacciones sociales, aún quiero escuchar voces y tocar personas. Eso
significa que continúo siendo un hombre del pasado.
Byun Chul Han es un filósofo nacido
en Corea del Sur, aunque sus estudios universitarios los realizó en Alemania,
donde se graduó y es profesor universitario. Sus libros se encuentran escritos
en alemán, y sus consideraciones se encuentran influenciadas por pensadores,
filósofos y escritores europeos. En sus libros La Sociedad del Cansancio, que
es su obra más famosa, No-cosas o El legado de Eros, así como en las demás
quizás menos conocidas, no menciona en ningún momento las palabras capitalismo
o neoliberalismo.
Byun Chul Han es actualmente el
filósofo más leído del mundo. Aunque no lo consideramos realmente un filósofo,
sino más bien un pensador crítico. Él escribe que sufrimos de un “exceso de
positividad” y de una “sobreabundancia de identidad”. Todos los instantes se
parecen. Vivimos en un perpetuo presente. No hay espacio para la trascendencia,
todo debe hacerse en el aquí y el ahora. Todos nuestros actos se encuentran
dirigidos a la productividad. No es que el tiempo se haya acelerado, sino que
nuestra memoria no puede reconocer los días como diferentes. Parece como si los
días y los meses transcurrieran con rapidez, cuando lo que sucede es que no
podemos establecer diferencias en la memoria entre esos meses y esos días.
Llega el mes de diciembre y decimos “el año si se ha ido rápido”. En el espacio
capitalista y neoliberal, donde todo se encuentra dirigido hacia la
productividad y la economía, todo es mercancía, incluyendo la cultura. No
existe un factor externo que obligue a los trabajadores a hacer su trabajo,
puesto que, efectivamente, creen que son libres. El trabajador se autoexplota,
es esclavo de sí mismo. Él lo define como una “explotación sin dominio”. Toda
su vida se encuentra dirigida a trabajar, a mejorar económicamente su existencia y la
de su familia. Esa necesidad capitalista puede identificarse desde Lutero y su
reforma, para quien el trabajo alejaba del pecado, y el ocio “es la madre de
todos los vicios”, como decían los griegos. Todos los presidentes de todos los
países solamente hablan de economía, porque un jefe de estado no es más que un
gerente. Un tecnócrata. Pero un sujeto en esta sociedad “tardomoderna”, como la
define Han, es difícil de controlar, porque se siente tan libre y trabaja tanto
que cualquier obligación social la percibe como una coerción a sus derechos, a
dirigirse a sí mismo.
De acuerdo con la “sobreabundancia de
identidad”, todos los libros se parecen. Todos son un mismo libro, porque el
lector no quiere nada diferente. Incluso quiere libros que tengan una finalidad
práctica, que lo ayuden a “producir” mejor, o que lo informen, porque lo que
importa es la “información”, sobre todo si es excesiva. De ahí la popularidad
de los libros de autoayuda, que ayudan a producir mejor, a conformarse mejor
con el mundo en que vivimos. También la popularidad del coaching y de los
expertos en la positividad. Lo mismo puede decirse del cine o de la música:
siempre vemos la misma película o escuchamos la misma música, repetida una u
otra vez con diferentes voces o personajes, porque eso es lo que quiere el
público.
El ser humano de hoy tiene una
preocupación excesiva por su salud. Quiere una larga vida aburrida, pero, como
él nos dice, está muerto antes de envejecer. No quiere sufrir. No existe un
espacio para la disensión, para la controversia, todo debe tener una corrección
política. En las redes sociales cuenta con 2000 amigos, pero escoge a las
personas de su grupo, que piensen como él. No le interesa los que piensen diferente.
Cree que siempre debe estar haciendo algo, que es “negatividad” no hacer nada,
porque no está “produciendo” algo. Es víctima y verdugo, dice, prisionero y
celador. Esa realidad lo lleva a padecer enfermedades del sistema, que no
existían anteriormente: la depresión aguda, el trastorno por déficit de
atención con hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de la personalidad
(TLP), el síndrome de desgaste ocupacional (SDO). La sociedad lo ha convertido en un esclavo, pero él mismo
no lo sabe.
Sus ideas se encuentran influenciadas
por otro filósofo, Theodor Adorno, aunque él no lo menciona, que creó la
llamada “dialéctica negativa”. El individuo se ha conformado con ser dominado,
siempre y cuando se le garantice su comodidad y su tranquilidad. El ser humano
se ha convertido en un objeto, incluso en un producto, ya no es más un sujeto,
sino una cosa. Puede ser comprado o vendido, como un jugador de fútbol, un
actor de Hollywood o un cantante de música popular.
Ahora bien, debemos reconocer que Han
universaliza al ciudadano medio “tardomoderno”, puesto que lo define como si
fuese común a todos los países y culturas. En realidad, como sucede con muchos
intelectuales, pensadores, filósofos europeos, está definiendo al ser humano
occidental, europeo y norteamericano. No creo que puedan extrapolarse por
completo sus teorías al latinoamericano, asiático, africano: al no occidental,
que vive en una sociedad menos capitalista o menos tardomoderna. Puesto que,
aunque Latinoamérica pertenece geográficamente a occidente, cuando alguien se
refiere a “Occidente” en los medios de comunicación, en libros, en análisis, lo
hace con respecto a Europa, Estados Unidos y Canadá. Es posible que también se
refiera a Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda. Es decir, la
definición real de Occidente es política y económica, no geográfica. El resto
del planeta no es occidental, aunque pertenezca a esta parte del atlas mundial.
Solo un personaje puede escapar a
esta realidad social de Han: el poeta. Claro, el “poeta” en un sentido
simbólico: todo aquel que se comporte como un poeta. Puesto que el poema se
resiste a convertirse en mercancía. En esta sociedad neoliberal, lo que debemos
hacer es detenernos, dice Han, y no hacer nada. No producir. A veces, claro.
Como el poeta. Por eso la poesía no tiene muchos lectores. En ese no-hacer y
no-producir, en esa resistencia del poema a ser otra cosa que no sea poesía, se
encuentra su soledad y su sacrificio.
Máximo Vega
Byun-Chul Han. “La sociedad
del cansancio”. Traducción de Arantzazu Saratxaga Arregui. Colección
Pensamiento Herder. Herder Editorial, Barcelona, España, 2012.
Byun-Chul Han. “La agonía
del Eros”. Traducción de Raúl Gabás. Colección Pensamiento herder. Herder
Editorial, Barcelona España, 2014.
Byun-Chul Han. “No-cosas:
quiebras del mundo de hoy”. Traducción de Joaquín Chamorro Mielke. Editorial
Taurus, Barcelona, España. Edición kindle, 2021.
El lenguaje inclusivo:
Las diferentes academias de la lengua de los distintos países
occidentales donde se regía el idioma a través de instituciones oficiales, decidieron hace siglos que el lenguaje debía
transmitir desde el principio un sentido de superioridad del hombre sobre la
mujer. Las academias de la lengua, que en realidad son academias del idioma, en las cuales todos sus integrantes eran hombres -en la academia española la primera mujer en ser aceptada, Carmen Conde, lo hizo en el año 1979- normalizaron el lenguaje para que la mayor parte de las poblaciones nacionales
hablaran más o menos un mismo idioma, algo absolutamente necesario, pero al
mismo tiempo transmitieron una ideología segregacionista propia de la época que
no se limitaba sólo a la mujer, sino a la raza, a los extranjeros, a los
inmigrantes, a otros idiomas, a lo que se consideraba "vulgar", a la diferencia entre lo culto y lo popular. La academia francesa, por ejemplo, eliminó los
femeninos de todas las profesiones, aunque había mujeres que realizaban esos
oficios, por lo que todas debían ser nombradas atendiendo al masculino, y no se
ocultó el hecho de que se hacía para que, a través del lenguaje, el sexo
masculino estuviese por encima del femenino. Esto se hizo también con la raza,
la etnia, los demás idiomas, etc.: el idioma nacional, el ser nacional, la raza
nacional debía sobresalir por encima de las demás razas, etnias o lenguas.
Así pues, lo que hoy llamamos lenguaje normal no es más que
un tipo de idioma ideologizado desde el primer momento. Sin embargo, como la
lengua es un organismo vivo que evoluciona constantemente, hemos sido testigos
de cómo cambia debido a los hablantes, a la propia realidad que trata de
describir, que también cambia constantemente -en nuestra época sobre todo
debido a los avances tecnológicos y comunicacionales-, por lo que es
absolutamente imposible ocultar sus influencias de otros idiomas, formas
diferentes (algunos podrían llamarlas “vulgares”, y está bien) y coloquiales de
comunicarse, que se estabilizan en el tiempo y ya pueden considerarse no
pasajeras, sino que pasan a formar parte de nuestra habla cotidiana. Esto no
sucede con todos los países, todos los idiomas o todas las regiones del mundo,
y podríamos mencionar por ejemplo al oriente, donde la normalización de la
lengua ha sido diferente a la de las academias occidentales, sobre todo
europeas, así como sucede en Latinoamérica o en los Estados Unidos y Canadá. O
en países donde se hablan múltiples idiomas, independientemente de que haya alguno
que sea considerado la “lengua oficial”.
Es decir, estamos de acuerdo en que era necesaria una
feminización del idioma, teniendo en cuenta la igualdad real de la mujer con
respecto al hombre, aunque en muchos países haya mucho por hacer en este sentido.
Es decir, una feminización que mostrara, a través del idioma, que todos los
seres humanos somos iguales. No es posible, por ejemplo, en países donde la raza
mayoritaria sea la negra, la mestiza o la mulata, que continuemos
comunicándonos con palabras de origen colonial que denostan la raza del propio
hablante, que, por supuesto, no se da cuenta de ello. Decir que la no feminización
de las profesiones, el colocar un participio masculino por encima de uno
femenino no trata de indicar una forma de manifestación de la superioridad del
hombre sobre la mujer, es falso. Uno sabe, por supuesto, que es así.
Ahora bien, me parece que las reticencias en aceptar el
lenguaje inclusivo tienen que ver, más que con la aceptación de la igualdad del
hombre y la mujer manifestada a través del lenguaje, con la imposibilidad
estética de llevarlo a la literatura, por un lado, porque su puesta en práctica
complica la forma de hablar y de escribir, pero sobre todo con algo que se
percibe como una imposición. Organismos internacionales y autoridades
gubernamentales locales han tratado de imponer un tipo de lenguaje que ha caído
del cielo. Y me parece que les ha ido bien. Es obligatorio en las escuelas y
las universidades. Por primera vez desde hace muchos años, los cambios
idiomáticos no provienen de los escritores, ni de las canciones, ni de la
publicidad, la televisión, la tecnología -como ha sucedido en los últimos años-,
sino que se ha querido imponer una forma de hablar. Esto es lo negativo. Se ha
querido forzar, empezando por el ámbito administrativo y protocolar (“todos y
todas”, “mexicanos y mexicanas”, “ciudadanos y ciudadanas”, “dominicanos y
dominicanas”, o al revés: “dominicanas y dominicanos”), una forma de decir las
cosas que proviene del poder. No ha surgido espontáneamente de los hablantes,
de influencias de otros idiomas, de la inmigración, del contacto con otras
naciones que quizás hablen el mismo idioma pero un poco diferente producto de
las culturas locales: se quiere obligar a que se utilice una forma de hablar
que algunos aceptarán al corto plazo, otros no. Y se ha querido hacer de una
forma vertiginosa y total. Pocas veces hemos presenciado un esfuerzo tan enorme
para que evolucionen las diferentes lenguas occidentales, puesto que también se
ha tenido un éxito notable en feminizar una cantidad de idiomas al mismo
tiempo. Quizás ha sido un experimento exitoso que les permitirá involucrarse en
otros ámbitos políticos que ellos consideran mucho más importantes que la
propia lengua o el pensamiento: la economía, la manipulación de masas, el
marketing, la publicidad, los procesos electorales.
No se ha esperado a que los cambios aparezcan de forma
natural y homogénea. Se ha impuesto un cambio. Lo mismo podría decirse de la
aceptación de la comunidad LGTBIQ, del matrimonio entre homosexuales, o
igualitario, o la legalización de la marihuana. Todos los seres humanos somos
iguales. Todos los seres humanos tenemos derecho al matrimonio. El matrimonio
entre homosexuales es un derecho humano, pero no todos los países se encuentran
preparados para aceptarlo, sobre todo culturas donde la religión es una parte
importante de las relaciones humanas. Eso es algo que no se puede imponer. Hay
que esperar, todo es un proceso, lamentablemente, y mientras más natural sea
ese proceso será mucho más exitoso. Quizás el éxito mediático alcanzado con la
imposición del lenguaje inclusivo lleve a estos organismos o a estos países
hegemónicos a creer que es posible imponer algunas cuestiones más, todo por el
bien de la humanidad y los derechos humanos. Es decir, imponer a través del
poder, siempre imponer.
Así pues, estamos de acuerdo con el lenguaje inclusivo, pero
no impuesto desde una oficina donde algunas personas quizás bienintencionadas
decidan cómo se debe hablar y por qué se debe hablar de esa manera. El hablante
es mucho más inteligente, y no reproduce exactamente lo que se le quiere
implantar, sino que lo corrige y muchas veces no lo acepta. Lo que debió
suceder de manera espontánea a través de un lenguaje vivo, cuenta con un mal de
fondo, primigenio: la imposición de una forma de hablar que millones de
personas no han querido aceptar.
Memoria Esquiva, cuentos y ensayos de José Alcántara Almánzar:
En
una Feria del Libro en Santiago -cuando las ferias no tenían que ver aún con
entidades gubernamentales-, en el salón principal del Ateneo Amantes de la Luz,
compré muy barato un libro usado de cuentos titulado “Testimonios y
profanaciones” (1978). Su autor era José Alcántara Almánzar. Yo era muy joven,
tanto, que a mi edad desconocía el prestigio del autor. Aún conservo ese
ejemplar, un poco más envejecido pero nunca descuidado u olvidado. Décadas
después, el propio escritor me envió con unas palabras de afecto su más
reciente libro de cuentos y ensayos: “Memoria esquiva”, un título que advierte
al lector precisamente de los años que han transcurrido, quizás desde aquel
primer libro: “Antología de la literatura dominicana” (1972), hasta este siglo
XXI que empezó problemático y ha continuado justificando con sus confinamientos
nuestras aprehensiones.
Si
con “Testimonios y profanaciones”, con “Las máscaras de la seducción” (1983), y
“La carne estremecida” (1989), José Alcántara Almánzar había alcanzado su plenitud
literaria como cuentista –además, claro está, de sus narraciones posteriores-,
este libro no hace más que comprobar su capacidad para transmitir lo que
podríamos llamar “momentos” narrativos: instantes que se imprimen en la pupila
del escritor, del cronista y el poeta verdadero, y que luego son destilados a
través de esa cosa ambigua que es la Literatura. Instantes de los cuales no
sabemos exactamente sus fechas, aunque a través de su contexto podemos
arriesgar cuándo ocurren: en el cuento “Secreta aventura”, un viaje vertiginoso
en guagua nos refiere a la ciudad de Santo Domingo, a su tránsito dificultoso y
a la deshumanización del presente; pero en el primer cuento del libro, “Los
días contados”, la agonía de la abuela no nos permite datar los
acontecimientos, que pueden haber ocurrido en cualquier época. Es así como “Los
días contados” refiere con más exactitud al título del libro, puesto que la
muerte del ser querido transmite un sentimiento universal y atemporal, que
llega al lector con la sutilidad de un recuerdo doloroso y sin embargo cargado
de afecto hacia la persona que nos abandona. Son cuentos, pues, que a través
del lenguaje sutil de un escritor que coloca siempre la palabra adecuada en el
lugar preciso, nos transmiten historias pequeñas que se engrandecen a través
del uso del lenguaje: además de los cuentos mencionados, también “Historia de
una diva”, “Los estragos del olvido”, “El desquite”, “Concierto italiano”, “Resplandores”,
“El talismán”, “La vida sigue igual”, “Despedida de Niño “El Malo”, “La
sobreviviente”, “Agonías de la tarde”, “Pasión de verano”, “Vaticinio”, “Con
aires de emperatriz”, “Misteriosa”, “Fulgor en la sombra”, “El desconocido”,
“En el patio”, “La caída”, impregnan el libro de un aroma no sólo narrativo
sino intelectual, erudito, reflexivo, a pesar de que el autor no abandona la
narración ni un solo momento para accidentarla con una reflexión. Su
pensamiento nos llega de forma indirecta. Como nos sucede cuando leemos el
primer verso del poema del poeta español del Siglo de Oro Gutierre de Cetina,
que cita José Alcántara y da nombre al volumen: “Amor, fortuna y la memoria esquiva/del mal presente, atenta al bien
pasado,/me tienen tan perdido y tan cansado/que de triste vivir la alma se
priva…”, un poema que transmite un fatalismo muy de estos días inciertos –a
pesar de que es un poema del Renacimiento español-, y muy de estos cuentos: la
esperanza se le ha vuelto de vidrio y se le ha roto cuando más le debía durar,
cuando más la necesitaba. O el cuento “Los estragos del olvido”, con un
epígrafe de Octavio Paz: “nunca la vida es nuestra, es de los otros”, lo cual,
dicho sea de paso, es completamente cierto. Algunos cuentos, además, destilan
cierto humor también sutil, calmado, siempre contemplativo. Todos son cuentos
cortos, o relativamente cortos, y todos son cuentos que transmiten un solo
instante, un momento, una situación única.
En
su libro “Las máscaras de la seducción” hay un cuento que me produjo una
admiración instantánea, que provocó que lo leyera no sólo una sino varias
veces: se trata de “La reina y su secreto”. Quizás porque el cuento narra una
doble vida, tema que siempre me ha atraído como escritor y lector, desvela la
aparición del doble en nuestro interior que muestra su cara verdadera en el
momento terrible en el que menos lo estamos esperando. Por supuesto, es como si
ese cuento que transcurre un día de carnaval mostrara el porqué del título del
libro, pero también descubriera una serie de celajes, de sombras y disfraces de
los cuales emerge un sujeto monstruoso. El monstruo porta una máscara, una
“persona”, en etrusco o en latín. Pero no sólo me atrajo la sorpresa del
descubrimiento final, sino la perfección de su mecanismo, su excelencia formal.
Por primera vez, durante mi juventud, descubrí un cuento cuyo tema conectaba a
la perfección con la forma en la que estaba escrito, como si fuesen una sola
cosa; es decir, fui testigo intuitivo de una cualidad poética, descubrí algo
que debe saber todo escritor: debe haber una comunión, un raro entendimiento
entre la Historia y el Relato, entre el fondo y la forma. Teniendo en cuenta
que ya había leído a escritores como Faulkner, García Márquez o Cortázar. Ese
cuento significó para mí un deslumbramiento, aunque casi nunca se menciona como
uno de los grandes textos del autor. Es posible que ese descubrimiento juvenil
haya abierto la puerta definitiva para que yo mismo decidiese convertirme en
escritor.
En
el prólogo de su libro “La aventura interior” (1997), José Alcántara manifiesta,
a partir de las primeras líneas, su amor incondicional a la lectura y la
escritura: “Desde que llegué a la adolescencia los libros se convirtieron en
mis aliados permanentes.” Aliados a los cuales les rinde tributo a través de
los ensayos de “Memoria esquiva”: “Lector apasionado”, “Ser cuentista”,
“Caminos del escritor”, “Dimensiones y maestros del cuento”, “Motivaciones del
escritor”, “La condición del escritor”; es decir, los títulos refieren a la
lectura y la escritura. Todos los ensayos tratan sobre la Literatura, pero al
mismo tiempo reflexionan sobre la condición humana (no obstante ligada, claro
está, a la condición del escritor), sobre la vida misma y sobre cierta
comparación apasionada entre los escritores de otras épocas y los
contemporáneos, no en un sentido histórico sino sociológico, para llegar hasta
la descripción de una obsesión compartida por todos los artistas, que no ha
cambiado mucho a través de los siglos.
En “La condición del
escritor”, nos cuenta una visita que hizo a la casa de Balzac, para evocar no
sólo a un nivel turístico la vida desasosegada del escritor francés, quien
“dormía muy poco, casi nunca salía del hogar, y el resto del tiempo lo dedicaba
a escribir, su pasión irrefrenable”, sino para recordarnos que Balzac dedicaba
17 horas diarias a escribir, y lo compara con un escritor actual, de nuestra
época tecnológica: “Este ejemplo indica que, fuese ayer con la escritura a mano
a la luz de las velas, u hoy con el auxilio de la computadora, escribir sea un
misterio insondable que varía según la sensibilidad y las motivaciones
inconscientes de quien escribe”; es decir, no varía con los años, o con la
evolución de nuestra civilización, sino que cambia de acuerdo con el interior
de cada individuo. Nos recuerda que un escritor es víctima de su propia
vocación –palabra que significa “llamado”-, y que este llamado le impide abandonar
la escritura al costo que sea, aunque ello signifique su propio fracaso social
o económico. Nos recuerda que existe una diferencia fundamental entre
“redactar” y “escribir”: un redactor es un técnico de la palabra, que conoce la
ortografía, la sintaxis, las reglas gramaticales. Sin embargo, nos recuerda de
nuevo que: “Para escribir es necesario tener una condición, que es la de ser un
artista de la palabra”.
Con
“Testimonios y profanaciones”, “Las máscaras de la seducción”, “La carne
estremecida” y “Memoria esquiva”, José Alcántara Almánzar ha dejado un legado
perdurable para la historia de la Literatura dominicana. Pero su alcance es un
poco mayor. Puesto que, en este último título, los lectores, jóvenes y viejos,
encontrarán en sus páginas reflexiones que los ayudarán a sobrevivir en este
ambiente impuro de derrota permanente de la lectura, de la escritura y, en fin,
de esos objetos imprescindibles que atesoran eso que dijo Heidegger que es, en
cierto sentido, anterior al propio ser humano, que es el lenguaje: los libros,
que esta posmodernidad y este siglo XXI han relegado a unos pocos, cuando
deberían pertenecer a toda la humanidad. Como lector agradecido, les recomiendo
que lean “Memoria esquiva”, cuentos y ensayos de José Alcántara Almánzar.
Máximo Vega-2021.
La vida de las estrellas: novela de Máximo Vega
Debo
decir que la presente obra: “La vida de las estrellas” es uno de los textos más
apasionantes y hermosos que he leído en estos últimos meses, una novela
entroncada en el difícil lindero entre lo puramente narrativo y la más genuina
expresión poética, contando una historia en apariencia trivial debido a su
sencillez y con escasos elementos melodramáticos relevantes o sucesos de cierta
envergadura (salvo que parte de la acción transcurre en el último periodo de
Balaguer); empero, en su subtexto la novela se enfila de manera brillante a su
verdadero tema, un tema de trascendencia diría casi de orden metafísico: la
historia de una familia de clase humilde que hace hasta lo imposible para sacar
adelante a cada uno de sus miembros pese a la adversidad, y que a través de su
personaje central, “David”, un jovencito curioso de muy acendrada sensibilidad
e inclinaciones literarias, va enhebrando sus motivaciones personales e
intelectuales hasta llegar a elucubrar un complejo discurso entre lo que es el
individuo y su relación con el universo en donde las estrellas, esos objetos
brillantes que ve en las noches oscuras junto a una de sus hermanas y sobre las
cuales ha leído en un librito junto a las nebulosas y las galaxias que las
contiene, poseen su exacta correspondencia con la existencia humana: nuestras
particulares vidas cual frágiles y fugaces caparazones nada dispares a esos
inconmensurables cuerpos celestes; elucubraciones y perplejidades en torno a la
existencia como eslabones invisibles los cuales unen a la humilde criatura con
la totalidad infinita del universo.
EL ASESINO
máximo vega
La víctima estaba saliendo de la
catedral cuando Asdrúbal le pidió la limosna. Con la mano ahuecada y extendida
como si tuviese experiencia en ello, vestido de harapos, descalzo a pesar de
que se hacía daño en las plantas con las piedritas diminutas sobre la acera,
sabía que aquel señor, casi anciano, encorvado a destiempo, que acompañaba el cortejo
de la pareja formada por su hija que contraía matrimonio y el jovencito de
gelatina en el cabello lacio y zapatos de charol, lo apartaría de su camino con
una mueca de asco.
El cuchillo lo traía escondido en un
bolsillo, agarrado fuertemente con la mano izquierda metida en el pantalón
roto. Saltaría sobre su cuello mal afeitado, un cuello poroso que ensuciaba la
camisa de sudor, abotagado por la corbata pasada de moda, demasiado ancha y
apretada. Sacaría el cuchillo ya en el aire –no un revólver, un puñal, el arma
perfecta para todas las venganzas-, se lanzaría sobre la yugular palpitando
apenas debido al colesterol y al ocio, saldría huyendo luego hacia cualquier
lado. Detrás, el llanto de sus hijas, el hipido nervioso de su esposa que
quizás más adelante se alegraría, los gritos agudos de toda la familia. La
sangre sobre los escalones rústicos de la catedral.
Cinco años antes, lo había descubierto
de nuevo montándose en el Mercedes Benz, rodeado por tres guardaespaldas,
mirando para todos lados con su desconfianza habitual, saliendo de una tienda
en una plaza comercial con el nombre en inglés. Había creído que no iba a
volver a encontrarlo jamás, sobre todo porque había perdido su rastro luego de
que averiguó que debido a una investigación de
Veinte años antes lo había visto por
segunda vez en toda su vida, mucho más vulgar de lo que llegaría a ser en el
futuro, vestido con una chacabana blanca que le quedaba pequeña y los dedos de
las manos llenos de anillos de plata. Tenía bozo en esa época, una pequeña raya
debajo de la nariz enorme, que resoplaba como la de un toro obeso. No le gustó
haberlo encontrado de nuevo. Pensaba que todo aquello había quedado atrás, en
un pasado remoto que pretendía olvidar como si su vida hubiese empezado al
cumplir los diez años –un poco gordo para su edad, algo bajo, se imaginaba sin
humor cómo pudo haber salido con ese tamaño por la vagina estrecha de su madre.
No tenía guardaespaldas en ese tiempo, lo protegía una 9MM que guardaba
en una funda escondida detrás de la pretina de un pantalón excéntrico. Al
reencontrarlo, de inmediato algo empezó a herirlo y a corromperlo.
Treinta años antes, cuando Asdrúbal
tenía nueve años de edad y vendía periódicos vespertinos con los demás
canillitas del parque Duarte, halló a su padre escondido en un rincón,
inyectándose la heroína que le suministraba todas las semanas el individuo
vulgar, de nariz enorme, que mostraba orgulloso una 9MM metida en una canana
detrás de su pretina. Asdrúbal le entregaba a su padre diariamente el dinero
recaudado con los periódicos, pero ese día exacto, ese día, notó que el hombre
vulgar se alejaba del rincón metiéndose unos billetes en los bolsillos. A pesar
de que conocía al dealer por su nombre, Asdrúbal lo veía por primera vez. Al
acercarse, su padre le sonrió como un idiota, le dio un beso en la mejilla, se
echó hacia atrás como si hubiese querido recostarse para descansar. Es natural
que Asdrúbal aún tenga en la cabeza, rondándole los sueños cuando sueña, metido
en los recuerdos y en el trauma, la imagen de su padre destruido, desgonzado
sobre la pared trasera de la catedral, con la jeringa colgándole del antebrazo
que le sangraba. Su padre estaba muerto. Es natural que lo recuerde no como era
en vida, sano, flaco, alto, caminando con él y sus hermanos hasta Helados Capri
o comprando pizzas baratas en el restaurante de los chinos, sino que siempre se
recuerde lanzándose sobre el cuerpo y sus espasmos repentinos, sobre su padre
con la baba en la boca como si fuese un perro rabioso, tratando de recobrar lo
que ya se había perdido desde la primera vez que su padre sintió el placer y la
paz del líquido que se le metía en las venas y lo salvaba de algo que él mismo
no podía comprender completamente.
Lo hacía para borrar el recuerdo, la
crueldad del beso en la mejilla, para descansar en paz. Para no seguir soñando
con sus nueve años y el cadáver que se llevaron los policías metido en un saco
de henequén. Saltó sobre el viejo como si se elevara un pájaro, sacó el
cuchillo como un samurai. Como un ángel exterminador, como un arcángel que
luego cae, como lucifer. Al principio, el hombre casi anciano se echó hacia
atrás, algunos años antes lo habría enfrentado pero hoy, ahora, estaba viejo y
cansado y todo lo que pretendía era cuidar a su familia, ver casadas a sus
hijas –el destino no había querido darle hijos-, morir antes que su mujer, que
lo enterraría con algún pequeño homenaje que no se merecía, provisto por su
dinero. Poco le faltó para echarse a correr. La novia y las damas lanzaron unos
grititos histéricos. Para no tener que matarlo en un día tan especial para su
jefe, los guardaespaldas se adelantaron y le dispararon a las piernas. Cuando
Asdrúbal cayó como un bulto sobre las losetas rústicas, lo abandonaron allí
mismo hasta que llegó la policía, que tenía la encomienda de recogerlo y
hospitalizarlo lo más rápidamente posible, antes de que empezaran los
comentarios desagradables de los invitados, y acabara por estropearles también
la recepción y la partida hacia la luna de miel.
Alguna vez en el futuro, sentado en su
silla de ruedas, mientras ahueca la mano para recibir las monedas de los
transeúntes, Asdrúbal podrá verlo caminando hacia su Mercedes, casi anciano,
enviando a uno de sus guardaespaldas para que le entregue un billete, de los de
a mil, quizás porque le dará lástima y se sentirá un poco culpable de su
invalidez y su indigencia.
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